Comentario
CAPÍTULO XXX
De las grandes arboledas de Indias, y de los cedros, y ceibas, y otros árboles grandes
Como desde el principio del mundo la tierra produjo plantas y árboles por mandato del Omnipotente Señor, en ninguna región deja de producir algún fruto; en unas más que en otras. Y fuera de los árboles y plantas que por industria de los hombres se han puesto y llevado de unas tierras a otras, hay gran número de árboles que sola la naturaleza los ha producido. De éstos me doy a entender que en el nuevo orbe (que llamamos Indias) es mucho mayor la copia, así en número como en diferencias, que no en el orbe antiguo y tierras de Europa, Asia y África. La razón es ser las indias de temple cálido y húmedo, como está mostrado en el libro segundo, contra la opinión de los antiguos, y así la tierra produce en extremo vicio infinidad de estas plantas silvestres y naturales, de donde viene a ser inhabitable y aún impenetrable la mayor parte de Indias, por bosques y montañas, y arcabucos cerradísimos que perpetuamente se han abierto. Para andar algunos caminos de Indias, mayormente en entradas de nuevo, ha sido y es necesario hacer camino a puro cortar con hachas, árboles, y rozar matorrales, que como nos escriben padres que lo han probado, acaece en seis días caminar una legua y no más. Y un hermano nuestro, hombre fidedigno, nos contaba que habiéndose perdido en unos montes, sin saber adonde ni por donde había de ir, vino a hallarse entre matorrales tan cerrados que le fue forzoso andar por ellos sin poner pie en tierra por espacio de quince días enteros, en los cuales también por ver el sol y tomar algún tino, por ser tan cerrado de infinita arboleda aquel monte, subía algunas veces trepando hasta la cumbre de árboles altísimos, y desde allí descubría camino. Quien leyere la relación de las veces que este hombre se perdió y los caminos que anduvo, y sucesos extraños que tuvo (la cual yo por parecerme cosa digna de saber, escribí sucintamente) y quien hubiera andado algo por montañas de Indias, aunque no sean sino las diez y ocho leguas que hay de Nombre de Dios a Panamá, entenderá bien de qué manera es esta inmensidad de arboleda que hay en Indias. Como allá nunca hay invierno que llegue a frío, y la humedad del cielo y del suelo es tanta, de ahí proviene que las tierras de montaña producen infinita arboleda, y las de campiña, que llaman sabanas, infinita yerba. Así que para pastos, yerba y para edificios, madera, y para el fuego, leña, no falta. Contar las diferencias y hechuras de tanto árbol silvestre, es cosa imposible, porque de los más de ellos no se saben los nombres. Los cedros, tan encarecidos antiguamente, son por allá muy ordinarios para edificios y para naos, y hay diversidad de ellos: unos blancos y otros rojos y muy olorosos. Danse en los Andes del Pirú, y en las montañas de Tierrafirme, y en las Islas y en Nicaragua, y en la Nueva España, gran cantidad. Laureles de hermosísima vista y altísimos; palmas infinitas; ceibas de que labran los indios las canoas, que son barcos hechos de una pieza. De La Habana e Isla de Cuba, donde hay inmensidad de semejantes árboles, traen a España palos de madera preciada, como son ébanos, caobana, granadillo, cedro y otras maderas que no conozco. También hay pinos grandes en Nueva España, aunque no tan recios como los de España; no llevan piñones, sino piñas vacías. Los robles que traen de Guayaquil son escogida madera, y olorosa cuando se labran y de allí mismo, cañas altísimas cuyos cañutos hacen una botija o cántaro de agua, y sirven para edificios, y los palos de mangles, que hacen árboles y mástiles de naos y los tienen por tan recios como si fuesen de hierro. El molle es árbol de mucha virtud; da unos racimillos, de que hacen vino los indios. En México le llaman árbol del Pirú, porque vino de allá; pero dase también y mejor en la Nueva España que en el Pirú. Otras mil maneras hay de árboles, que es superfluo trabajo decirlas. Algunos de estos árboles son de enorme grandeza; sólo diré de uno que está en Tlacochabaya tres leguas de Oaxaca, en la Nueva España. Este, midiéndole aposta se halló en sólo el hueco de dentro tener nueve brazas, y por de fuera medido, cerca de la raíz, diez y seis brazas, y por más alto, doce. A este árbol hirió un rayo desde lo alto por el corazón hasta abajo, y dicen que dejó el hueco que está referido. Antes de herirle el rayo, dicen que hacía sombra bastante para mil hombres, y así se juntaban allí para hacer sus mitotes y bailes y supersticiones; todavía tiene rama y verdor, pero mucho menos. No saben qué especie de árbol sea, más de que dicen que es género de cedro. A quien le pareciere cedro fabuloso aqueste, lea lo que Plinio cuenta del plátano de Licia, cuyo hueco tenía ochenta y un pies, que más parecía cueva o casa que no hueco de árbol, y la copa de él parecía un bosque entero, cuya sombra cubría los campos. Con este se perderá el espanto y la maravilla del otro tejedor que dentro del hueco de un castaño tenía casa y telar, y del otro castaño o qué sé era, donde entraban a caballo ocho hombres y se tornaban a salir por el hueco de él, sin embarazarse. En estos árboles así extraños y disformes, ejercitaban sus idolatrías mucho los Indios, como también lo usaron los antiguos gentiles, según refieren autores de aquel tiempo.